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Fragmento:
—¡Mira, Axel, mira!
Encima de nuestras cabezas, a quinientos pies a lo sumo, se abría el cráter de un volcán, por el cual se escapaba, de cuarto en cuarto de hora, con fuerte detonación, una alta columna de llamas, mezcladas con piedra pómez, cenizas y lavas. Sentía las convulsiones de la montaña, que respiraba como las ballenas, arrojando de tiempo en tiempo fuego y aire por sus enormes respiraderos. Debajo, y por una pendiente muy rápida, las capas de materias eruptivas se precipitaban a una profundidad de 700 u 800 pies, lo que daba para el volcán una altura inferior a 100 toesas. Su base desaparecía en un verdadera bosque de árboles verdes, entre los que distinguí olivos, higueras y vides cargadas de uvas rojas.
Preciso era confesar que aquél no era el aspecto de las regiones árticas.
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