Fragmentos:
FAUSTO
¿Cuál es tu nombre?
MEFISTÓFELES
La pregunta me parece de poca categoría para alguien que desprecia la Palabra; para alguien que, desdeñando toda apariencia, busca la esencia ahondando en las profundidades.
FAUSTO
En vuestro caso, señor, se puede llegar a la esencia conociendo el nombre; esto ocurriría si supiera, con toda claridad, si os apellidáis «Señor de las moscas», «Corruptor» o «Mentiroso». Bueno, ¿quién eres?
MEFISTÓFELES
Una parte de esa fuerza que siempre quiere el mal y siempre hace el bien.
CORO
Se ha parado. Está quieto como la medianoche.
El anillo cae.
MEFISTÓFELES
Cae. Todo está consumado.
CORO
Se ha acabado.
MEFISTÓFELES
¡Acabado!, ¡estúpida palabra! ¿Por qué, acabado? Lo acabado y la pura nada son exactamente lo mismo. ¿Para qué nos sirve el eterno crear? Para que lo creado se disipe en la nada. ¿Qué se puede decir de algo, si se ha acabado? Que es como si no hubiera existido y sin embargo, circula como si existiese. En lugar de eso, prefiero el eterno vacio.
SEPULTURA
ESQUELETO (Solo.)
¿Quién construyó tan mal esta casa con palas y con azadones?
LOS ESQUELETOS (A coro.)
Para ti, enmohecido huésped con vestimenta de cáñamo, es incluso demasiado buena.
ESQUELETO (Solo.)
¿Quién cuidó tan mal esta sala? ¿Dónde están la mesa y las sillas?
LOS ESQUELETOS
Las habían prestado por poco tiempo. Hay tantos acreedores...
MAGNA PECCATRIX (San Lucas, 7, 36.)
Por el amor que hizo correr
lágrimas por los pies de tu Hijo,
aliviándolos como un bálsamo
a pesar de los fariseos.
Por el frasco que generoso
su perfume dejó caer.
Por los cabellos que, sedosos,
enjugaron los santos miembros.
MULIER SAMARITANA (San Juan, 4.)
Por el pozo al que en otros tiempos
Abraham llevó sus rebaños.
Por el cántaro que rozaron
los labios del Salvador.
Por el prístino manantial
que se desborda caudaloso,
eternamente claro y limpio,
a través de todos los mundos.
MARíA AEGYPTIACA (Acta Sanctorum.)
Por el consagrado lugar
donde el Señor fue sepultado.
Por cuarenta años que pasé
de penitencia en el desierto,
sin desmerecer un dia.
Por el brazo que ante la puerta
me indico que me detuviera.
Por el sagrado adios
que dejé escrito en la arena.
LAS TRES
Tú, que no niegas consuelo
a las más grandes pecadoras
y que en los Cielos engrandeces
al que sincero se arrepiente,
concede a esta noble alma
que se abandonó una vez
sin sospechar que se perdía
el perdón que mereciese.
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